jueves, diciembre 27, 2007

UNA VERDAD QUE DUELE (A UNOS CUANTOS, PERO DUELE)

… Mientras (algunos) esperamos emocionados y esperanzados
el regreso de tres secuestrados
que jamás debieron vivir esta agonía


Hace rato, años, Sumercé lo viene pensando y en algunas ocasiones hasta lo dice, pero nada que se anima a gritarlo como debería hacerlo: ¡A la mayoría de colombianos les tiene sin cuidado la vida o muerte de los secuestrados!

Sumercé no se incluye en el grupo de los desentendidos, ni incluye a sus amigos, a sus seres queridos, porque si estos fueran indiferentes ante la ¿suerte? de los secuestrados, no podría considerarlos sus seres queridos. Pero sí tiene que hablar de muchos otros colombianos. De esos que suman millones y que son, en el mejor de los casos, indiferentes ante la vida o muerte de los secuestrados.

Sí, ya sé, estarán pensando, ¿cómo así que en el mejor de los casos?, pero es la verdad. Porque en los otros casos cuando piensan en ellos dicen: ¿y para qué negociar? Con tantos años que llevan allá pues que se pudran en la selva. Afirmación que justifican con un "primero está la patria y los millones de colombianos que perderíamos seguridad, estabilidad y etc., etc, con un acuerdo humanitario".

¿Se dan cuenta? De ahí que resulten, pese a todo, más amables los indiferentes. Colombia es un país donde la mayoría de personas jamás han entendido que la vida de una persona está por encima de cualquier otro valor. De ahí que éste sea el único país del mundo, cree Sumercé, que pueda ostentar el vergonzoso record de contar con cientos de secuestrados durante más de 10 años.

Cuando Sumercé se ha animado a decir por ahí que es el colmo, que deberíamos estar todos en las calles pidiendo, exigiendo algún acuerdo, como quieran llamarlo, que permita el regreso de los secuestrados al lugar que desde siempre debió garantizarles el gobierno, su hogar, ha recibido respuestas que van desde, olvídese no se puede sacrificar a la patria por unos cuantos, pasando por "es que la culpa es solo de las FARC", hasta, no se le olvide que allá hay gente como Íngrid que se lo buscó, ¿entonces por qué tenemos que negociar por ella?

Entonces Sumercé responde que claro, que son las FARC quienes los tienen (los paramilitares no, porque ya dijeron que ellos no tienen ningún secuestrado, que a los que retuvieron los mataron), sí, son las FARC, pero lo cierto es que eso jamás debió pasar. Que nunca en Colombia debimos vivir la barbarie del secuestro y lo que es más censurable aún, que nadie debería sentirse con el absurdo derecho de afirmar que si alguien como Íngrid Betancourt está secuestrada es porque "ella se lo buscó". No, es que sencillamente, el hecho de que exista un gobierno democrático debe constituirse en una garantía absoluta para que ninguno de sus ciudadanos, en ningún caso, corra el riesgo de ser secuestrado por nadie.

Y que si ello llegara a ocurrir contaría con un Estado, un gobierno y un pueblo entero dispuesto a devolver a la libertad a esa persona de inmediato. Pero… Sumercé se equivoca, porque esto es Colombia. Un país donde todo ocurre, donde todo puede ocurrir y no pasa nada. Un lugar del planeta donde se sigue de pachanga, se juegan torneos de fútbol y se hacen reinados a diestra y siniestra sin importar si hay una o mil personas secuestradas durante años.

Recién ahora, y gracias al interés internacional, los colombianos, no todos, pero sí muchos, comienzan a mirar a sus secuestrados y a esperar con ansias el regreso de por lo menos tres. Claro, conociéndoles como se les conoce, luego de la liberación de estas tres personas, luego de que finalice el show mediático, vendrá la "profunda" discusión acerca de "todo" lo que cedió la patria para recuperar esas tres viditas. Y claro, vendrá el balance, las opiniones sobre Chávez, sus intereses en Colombia, sobre Piedad Córdoba y el resto. Con conclusiones siempre desfavorables para quienes metieron las manos en el fuego por salvar, aunque sea, tres vidas. Porque es que este, el país que le tocó por patria a Sumercé es así... Indiferente ante la vida y muerte de sus ciudadanos. Indiferente ante cualquier cosa, mala sobra decir, que pueda ocurrirle a sus ciudadanos. Y cuando no indiferente, rápida, veloz, para culpar a la víctima de su oscura suerte.

Esto lo comprobó Sumercé en carne propia (y de manera ínfima comparado con un secuestro) una vez que los ladrones entraron a su casa y le robaron. En esa oportunidad, cuando Sumercé aún creía que lo que pudiera ocurrirle sería relevante para las autoridades, corrió a poner la denuncia del robo ante la policía, como debe ser, y como debía ser, allí descubrió que las cosas eran muy distintas a lo que imaginaba.

En cuanto el policía de turno le pidió sus datos generales de ley, se acomodó en la silla, tecleó algo incomprensible en una vieja máquina de escribir preguntó a Sumercé, sin mirarla, mientras escribía, "¿quién se encontraba en la residencia en el momento del robo?", Sumercé respondió con la verdad absoluta: nadie. Respuesta que frenó en secó los dedos del policía. Entonces, por primera vez el agente levantó los ojos y miró entre incrédulo y divertido al espécimen de colombiana que tenía en frente. Luego esbozó una sonrisa y por fin, en tono de ahora tengo que explicarle TODO a esta tarada, puntualizó: Pero señora, ¿si la casa estaba sola cómo no la iban a robar? ¿Por qué dejó la casa sola? No ve que por eso es que roban. Explicación que concluyó con una inocultable enojo rematado por el inefable ¡es que así no se puede!, que tanto conoce Sumercé.

No hace falta decir que la denuncia por robo jamás prosperó, pero lo que sí hace falta recordar es que, distinto a lo expresado por el policía, uno debería poder dejar su casa sola y nadie tiene porqué robarle, de la misma manera que uno debería poder moverse libremente por su país sin que nadie le acuse de haberse buscado que lo secuestren. Porque sencillamente ni lo uno ni lo otro deberían ser el pan nuestro de esta tierra: el robo y el secuestro.




1 comentario:

Anónimo dijo...

Mi Sumerce, concuerdo con la verdad de cómo el peso de nuestro silencio en nuestra realidad ha influido haciéndonos cómplices ocultos.
Nadie ha vivido en paz ni en los años de los mayores, en los años de los antiguos. Pero, ¿hasta dónde somos culpables por omisión de una efectiva acción, de que se mantenga ese estado de guerra?
Hemos sido totalmente ignorantes en usar una fórmula capaz de resolver nuestra situación. Me niego a creer que el hecho que esa guerra sea tan cotidiana en nuestra vida nos halla castrado los sentidos. Miles de fracasos en conseguir la paz no pueden ser justificación para seguir intentándolo, digo esto con mi característica ingenuidad pues en el fondo entiendo que hay seres que se benefician con la perpetuidad de esa guerra (unos muy pocos, cada vez más poderosos) y nosotros entre los que todavía se nos mueven las fibras y añoramos que sea pronto esa paz y los otros que siguen en sus cuentos mirando para otro lado, para no dejarse tocar.