Miren mijitos, como decía su bienamado patrón, yo no entiendo —y no porque la neurona no me alcance, sino porque a veces entender es un lujo que uno se niega—, pero lo que sí puedo asegurarles es que comprendo. Comprendo, por ejemplo, el desespero de ciertos personajes de la política tradicional, esa misma que lleva décadas rotando puestos con su puerta giratoria: hoy sos abogado del amo de la finca, mañana fiscal, pasado embajador, y así nos vamos. Jijiji... ¡eso es una coima, marica!
Comprendo ese nerviosismo, esa comezón en la lengua que los lleva a hablar de todo, menos de lo que de verdad importa. Uno los ve: se indignan en Twitter, sueltan frases solemnes en ruedas de prensa, con el mismo tono con el que le reclaman al mesero que la sopa está fría. ¿Y todo eso para qué? Para lanzarle dardos a Petro. Pero ni uno —¡ni uno, carajo!— se atreve a debatirle los cambios de fondo, las reformas, las discusiones que ha puesto sobre la mesa. Ahí sí, muditos.
Ya lo acusaron de homosexual, como si eso fuera un agravio —¿o qué, aún viven en el siglo XIX?—; trapearon con su esposa y hasta se metieron con su hija chiquita. Y ahora, en un arranque de histeria, resulta que Petro es adicto. ¡Adicto! Lo insinuaron en una carta dizque solidaria, más cargada de veneno que de compasión, pública obvio, de una periodista: "Presidente, cuéntenos si es adicto, que aquí estamos para ayudarlo". ¡Harto le ayudó con esa carta! Y ahora, como si se hubieran pasado el libreto, aparece un exministro, también muy compungido, diciendo lo mismo. Eso sí, no lo dijo cuando era ministro, pero ahora que lo sacaron, se le desató la lengua. ¿Y cómo nos enteramos? Por Twitter, claro, que allá se despiertan gritando: ¡Drogadiiiiicto!
Sumercé, como de costumbre, le dio cuerda a la neurona y pensó: vea pues lo curioso. Petro lleva más de treinta años en la vida pública, entre micrófonos, cámaras, debates y enemigos. Ha sido congresista, alcalde, candidato, presidente... ¡y en todo ese tiempo nadie, absolutamente nadie, le sacó esa historia! ¿Será sus compañeritos en el Congreso le hacían cuarto? Pa’ Sumercé, esto no es crítica política, es carroña. A menos, claro, que el exministro quiera hacer combo con la periodista para rehabilitarlo, que igual de buenas personas sí se nota que son.
Es que, se los digo con cariño, pareciera que ciertos políticos tienen una fijación con Petro más intensa que la de un adolescente con su ex. Y mientras tanto, el país con temas urgentes: una Consulta Popular que puede redibujar el mapa político, social y económico de Colombia, y ellos dizque preocupados por las "adicciones" del presidente.
¡Por favor! Si van a ser oposición, que sea con altura. ¡Pónganse serios, señores! O al menos creativos: si van a inventar, háganlo con gracia. Porque lo que no se vale es reemplazar el debate por el chisme y llamar "análisis" a un espectáculo digno de revista amarilla.
Así que, como Sumercé no entiende —porque de verdad no hay cómo—, pero sí comprende, le dice al pueblo colombiano: ojo, que el debate no es sobre quién le lleva el tinto al presidente, sino sobre qué país queremos construir. La Consulta Popular viene en camino, y es hora de hablar del futuro, no de la vida privada.
Y si les da miedo el debate, al menos disimulen un poquito. Que el desespero no los deje sin dignidad.
Nota pa’ los que segurito van a decir que Sumercé se hace la de la vista gorda con la supuesta adicción del presidente: no señores, si fuera cierto, es un asunto privado. Lo público es lo que ha hecho en su función de jefe de Estado, y es sobre eso que debemos hablar.
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¡Juepucha! Cómo estará de mal la "oposición inteligente", que hasta Sumercé tuvo que volver. Ni estaba muerta ni andaba de parranda: los estaba vigilando.
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