lunes, diciembre 18, 2006

LA LIZETH EN EL OJO AJENO…



(Aunque ya pocos recuerden a Lizeth…)

Mejor harían los siete milloncitos de peones que renovaron sus votos de amor por el Patrón, y sin embargo se sienten autorizados a levantar el dedito para señalar a Lizeth augurándole una desgracia sin par, en ocuparse de ellos mismos.


Por Sumercé

Vean pues como son las cosas en esta Hacienda, la pobre Lizeth, una joven barranquillera que recibió una soberana y divulgada paliza de su bienamado esposo, resolvió regresar a vivir con el marido boxeador, decisión que resultó imperdonable para la mayoría de peones de la Hacienda Colombia. Que es el colmo, que por eso es que en la Hacienda hay tantas mujeres maltratadas (manera elegante de decir pateadas, abaleadas, apuñaleadas, mechoneadas, fracturadas y, como si fuera poco, asesinadas por sus adorables maridos a razón de una mujer por semana), que Lizeth está buscando que la maten…. Acusaciones que tienen perpleja a Sumercé quien, además de condolerse por Lizeth y las miles de mujeres apaleadas física y/o mentalmente por sus parejas, no entiende de dónde carajos los jornaleros de esta disparatada Hacienda sacan a relucir semejante indignación por el hecho de que Lizeth regrese a vivir con el cuasi pugilista. Mejor dicho, ¿a cuenta de qué se creen autorizados para criticar a Lizetth?

Aunque Sumercé siente pena por Lizeth no se atrevería a juzgarla. Eso sería como mirar la pajita en el ojo ajeno y nadita de la larguísima viga en el propio. Y no porque el marido de Sumercé la tenga como sparring en la casita, Dios la libre y su dignidad lo impida. Sumercé se abstiene de condenarla porque al mirar a su alrededor advierte que muchos de quienes levantan el dedo acusador contra la vapuleada y estigmatizada Lizeth, se hacen los locos a la hora de identificar el maltrato del que son víctimas en la Hacienda.

Puño, patada, pellizco y demás mimos que pueda propinar un agresor contra su víctima, recibieron los peones de la Hacienda Colombia durante cuatro añitos continuos. Millones de colombianitos desplazados por un conflicto armado que, según el Patrón, no existe; miles de secuestrados o retenidos —llámenlos como les suene mejor que eso, al fin y al cabo es lo de menos, lo de más es que se trata de personas en cautiverio—, en un dizque Estado que consagra en su Constitución el derecho a la libertad y el deber, léase bien, DEBER del ESTADO de resguardar la libertad y el bienestar de sus ciudadanos; un proceso de paz con para-militares (que dizque sólo son paras y no “militares”, según el gran Patrón), que avanza mientras la peonada ignora en qué consisten muchos de los acuerdos entre gobierno y Paras; pomposas ventas de “improductivas” empresas estatales que en manos de empresarios privados sí producen billetico; una guerra inexistente que demanda un incremento astronómico del presupuesto de las fuerzas armadas; un nivel de pobreza que según las alegres cuentas del DANE baja y baja, pero que según lo que se ve en la calle, sube y sube; un precio de la gasolina que va pa’ arriba todos los meses; periodistas críticos del gobierno exiliados por amenazas contra ellos y sus familias y… ¡todos tan contentos!

Esa es la realidad. Todos felices, o por lo menos más de siete millones pletóricos con semejante paliza. Si no estuvieran satisfechos, amañaditos con el golpecito allí, la patada aquí, el jalón de greñas y las bofetadas continuas, pues sencillamente no habrían caído, como la pobre Lizeth, en la reincidencia voluntaria. A los peoncitos de esta maltratada (manera elegante de decir abofeteada, pateada, amenazada, arrinconada, atemorizada) Hacienda les debe pasar algo semejante a lo que le ocurre a la joven barranquillera, saben que la relación es dañina, que corren peligro, que se exponen a ser apaleados de nuevo pero… como sienten que no pueden vivir sin el Patrón, reinciden por voluntad propia.

En el caso de Lizeth las palabras de arrepentimiento y promesas de una vida sin maltratos de don Rafael Dangond Lacouture, su delicado esposo, bastan para soportar el señalamiento de la peonada de la Hacienda. Y en el caso de esos mismos peones —de índice rápido y fácil— basta una aparicioncita del Patroncito en los medios de comunicación para caer rendidos de amor ante él. Entonces, ¿cuál es la lora con Lizeth? Ella perdona a su marido, le da una nueva oportunidad porque le ama y cree en su arrepentimiento y en su lágrimas y, ¿los peones de la Hacienda Colombia qué hacen?, ¡pues lo mismo! Aman a su Patrón, por tanto es suficiente verlo en los medios de comunicación con cara de angustia, repitiendo que lo único que ha hecho y está dispuesto a seguir haciendo, si sus compatriotas se lo permiten, es sacrificarse por su paaaaaaatriaaa, para quedar subyugados y renovar los votos de amor por otros cuatro añitos, confiando en que ni la muerte los separe.

Mejor harían los siete milloncitos de peones que renovaron sus votos de amor por el Patrón, y sin embargo se sienten autorizados a levantar el dedito para señalar a Lizeth augurándole una desgracia sin par, en ocuparse de ellos mismos. Lo recomendable sería que dedicaran sus energías a sopesar con una buena dosis de autocrítica su responsabilidad en haberse/nos condenado a tener un vergonzoso número de congresistas acusados de auspiciar la formación de los “mal llamados paramilitares”; honorables padres de la patria señalados de ordenar asesinatos, masacres y el resto de bellececes que hacen parte de la macabra historia de esos grupos; toda clase de “ex” —ex-gobernadores, ex-diplomáticos, ex-funcionarios del DAS y ex-Etc.— huyendo de la justicia o rindiendo indagatoria por asesinato los unos, y por facilitar la acción de los paras en las instituciones estatales los otros. Sin olvidar, a la hora del mea culpa, que fue su amoroso Patroncito quien nombró a los funcionarios públicos en esos cargos y, sobre todo, que muchos de los voticos puestos por los para-parlamentarios contribuyeron a que su bienamado Patrón continuara la mesiánica labor de sacrificarse por la paaaaaaatria.

Ah, y cada vez que recuerden la espeluznante foto de Lizeth recién golpeada, tengan presente que eso no es nada comparado con la dramática imagen de la Hacienda Colombia luego de recibir un puñetazo de crimen en la nariz, una patada de desempleo en las costillas, un gancho de corrupción en el hígado, un codazo de mentira en el estómago, una patada de guerra que no existe en la barbilla, un buen totazo de falsos positivos en toda la boca, una mechoneada de miseria, su buena tripleta de bofetadas a cuenta de los desplazados que se ignora de dónde salen, un tramacazo en el cerebro para que la Hacienda olvide los nueve, ocho, siete años que llevan secuestrados más de 4.200 personas en su querida Hacienda, y una seguidilla de golpes en el corazón para que ni pensemos en un intercambio humanitario.


Así que a dejar de mirar la pajita en el ojo amoratado de Lizeth y mejor detallar la viga que atraviesa el corazón de la tal Hacienda Colombia, a ver si algo podemos hacer antes de que las próximas palizas nos manden a un lugar menos cálido y ruidoso que cuidados intensivos…

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