Esta mañana, apenas abrí el correo, encontré el mensaje: el Capitán Guevara ha muerto en cautiverio.
Se supone que no debería importarme. Se supone que en esta tarde de soledad apenas si debería hacer parte de un comentario más, de esos que se dicen y olvidan en segundos. Pero… no es así. Esta mañana, apenas abrí el correo encontré el mensaje: el Capitán Guevara ha muerto en cautiverio. Entonces los ojos se me llenaron de lágrimas, de esas que empujan y empujan por salir, pero que no logran brotar. No sé cómo decirlo, es una experiencia desconocida, las siento ahí, en los ojos, pero no las veo correr por ninguna parte. Las lágrimas como este lamento que se supone no me corresponde, están atascados en alguna parte, en algún lugar… como dice el poeta.
No conozco, debo decir, no conocí al capitán Julián Ernesto Guevara, a su familia. No, no los conozco. Como tampoco conozco a ninguno de los 5.425 secuestrados que hay en Colombia, descontando desde hoy al capitán Guevara de ese escabroso censo. A esos 5.425 apenas los he visto en fotos por ahí, en la prensa, en las noticias, pero no los conozco. No sé cuál es el timbre de su voz, qué gestos especiales hacen cuando ríen, cuando se enojan o cuando caminan por ahí. Ignoro si alguna vez su piel fue tersa, cálida, si alguien extraña esa piel. Por ello, porque jamás he estado frente a ellos, porque no sé cómo miran, qué clase de órdenes, de afectos, de dolores son capaces de transmitir con los ojos, se asume que la pena por la muerte del capitán Guevara luego de siete años de cautiverio, no me corresponde. Que no soy quién para llorarlo. Que el duelo que busca acunarse en mi alma es impropio. Quizá por ello las lágrimas se agolpan en los ojos, pero no caen… no ruedan sobre las mejillas. Porque ellas, aunque mías, aceptan aquello que me es inaceptable: que los secuestrados, su suerte, su vida y muerte no es asunto mío.
Sin embargo me ahogan, no las lágrimas que ya sé brillarán por ausentes en este íntimo duelo, sino el sinsabor de la indiferencia. Adiós capitán Guevara… adiós.
Yerbabuena, febrero 15 de 2006
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