martes, abril 05, 2005

En la hacienda Colombia todo, menos un Acuerdo Humanitario, es posible

…Y allí, frente a toooooodo el país, abrazó al guerrillero, o lo que sea que fuere, quien manifestó su arrepentimiento por lo que había hecho en su bendita vida y después de recibir el perdón de su señor presidente, este, el presidente el patrón, dijo, frente a sus amados medios de comunicación algo así, bueno, mijito, usted que está arrepentido me imagino que lo que más desea es estar con su familia, así que oiga, ministro, mándelo a que pase esta noche en el Hotel Tequendama (gran símbolo de la alcurnia hotelera de la hacienda Colombia), mándelo al Tequendama, a una suite con su familia y que descanse allá.


Sumercé sigue con atención aquello que en la hacienda Colombia han dado en llamar noticias y no deja de sorprenderse. Todo, todito es posible, menos hallar una fórmula que permita sacar de la selva, de entre los mosquitos, las enfermedades, sus guardianes, el hambre y el sufrimiento, a los colombianos, civiles y militares que llevan años, años señores y señoras, entre seis y siete navidades, dos o tres presidentes, seis y siete cumpleaños, en poder de la guerrilla.

Aquí por ejemplo, fue posible que nuestro santo patrón nombrara como ministro de Interior y de Justicia, léase bien de JUSTICIA, a un ciudadano investigado por diversos actos considerados como delitos por la JUSTICIA colombiana. Y que éste, nuestro anterior ministro de JUSTICIA, permaneciera en su cargo, por encima de las condenas, apelaciones y demás, hasta el momento en que a nuestro patrón le pareciera conveniente.

Fue posible que nuestro patroncito designara como comandante de la policía a un oficial en retiro, pese a que según las normas de esa institución se debe nombrar en el cargo a un oficial activo. Pero, igual que en el caso anterior, a nuestro patrón le pareció que no, que ninguno de los que podían optar al cargo era el adecuado y sin mayor problema llamó al general Campo de su campestre retiro, le dio la orden de ponerse el uniforme y listo. Sin más, se le nombró comandante de la policía, cargo que ocupó mientras el patrón lo ordenó.

En el país del Sagrado Corazón de Jesús se hacen las cosas como quiera el patroncito. Si no me creen, recuerden esta perla. Un guerrillero, que estaba preso se escapó de su cárcel. Escándalo, gritaron los medios de comunicación que aquí no hablan sino gritan. Se escapó, se escapó, es peligroso, muy peligroso. No se sabe cómo hizo para escaparse, con la ayuda de quién contó, etc., etc… Gritaron a diestra y siniestra nuestros medios. En principio se dijo que se trataba de un guerrillero y punto. Luego se dijo que el tal guerrillero había sido delator de sus compañeros y por eso corría enorme peligro, luego, que en realidad el hombre se había infiltrado en la guerrilla y que los guerrilleros lo habían descubierto y por eso tenía las barbas en remojo. La verdad en medio de la barahúnda de gritos nunca llegó a saberse. O por lo menos a Sumercé que de pronto va y, además de todo, es corta de entendederas nunca le quedó muy claro si el señor en cuestión era o no guerrillero, si había sido delator o simplemente había informado, si se había escapado de su prisión o sencillamente había salido de allí. Eso no llegó a entenderlo Sumercé. Pero lo que sí le quedó clarísimo fue que su patrón, el patrón de todos, toditos los colombianos, demostró una vez más que aquí, sin importar leyes, Constitución o cualquier cosa que el resto del pueblo raso tenga como normas que rigen su convivencia se hace su parecer y punto.

El asunto se desarrolló así. Un buen día el famoso, digamos guerrillero, apareció en el despacho del Ministro del Interior y de Justicia, que ya no era aquél que perseguía la justicia sino el Doctor Sabas. Y aunque Sumercé no se explique cómo un hombre que era buscado en todo el país pueda llegar así sin más ni más hasta el mismo despacho, oficina, frente a frente, separado apenas por el escritorio, del ministro del Interior y de Justicia, sin mayor problema, eso fue lo que ocurrió. Según se entiende el hombre llegó allí, pidió hablar con el ministro y, como cualquier colombianito que quiera hablar con el Ministro fue recibido. Ya sentado frente al ministro expresó su arrepentimiento, vaya uno a saber arrepentimiento de qué, ¿de ser guerrillero?, ¿infiltrado?, ¿delator?, ¿volarse de la cárcel?, total que al final eso resultó lo de menos.

Entonces el doctor Sabas informó al presidente lo que ocurría y pasó lo increíble, lo que nadie, ni lemas truculento de los escritores de telenovelas hubiera podido imaginar: unas horas después apareció nuestro presidente en el escenario que más lo seduce, frente a los medios de comunicación con transmisión en directo para la televisión, con el guerrilero, informante, delator, o lo que sea, a su lado. Y allí, frente a toooooodo el país, abrazó al guerrillero, o lo que sea que fuere, quien manifestó su arrepentimiento por lo que había hecho en su bendita vida y después de recibir el perdón de su señor presidente, este, el presidente el patrón, dijo, frente a sus amados medios de comunicación algo así, bueno, mijito, usted que está arrepentido me imagino que lo que más desea es estar con su familia, así que oiga, ministro, mándelo a que pase esta noche en el Hotel Tequendama (gran símbolo de la alcurnia hotelera de la hacienda Colombia), mándelo al Tequendama, a una suite con su familia y que descanse allá. ¿Qué tal?

Hasta al ministro se le vio un cierto toque de desconcierto y como que algo iba a decirle a su patroncito, pero éste se adelantó y agregó, como buen patrón que con su platica hace lo que le dé la gana, y si hay algún problema con la cuenta, pues que me la manden que yo la pago directamente. Esto no es cuento, esto es realidad absoluta.

Generoso el patrón, no cabe duda, el problema según Sumercé y la justicia de la hacienda, que eso dizque existe por aquí, era que se trataba de un prófugo de la justicia, acusado de no se cuantas cosas y, además, perseguido por esa justicia que representa el doctor Sabas. Los jueces pusieron el grito en el cielo, Sumercé no, porque ¿quién la oye?, y ¿qué pasó? Lo que tenía que suceder, el hombre estuvo los días que su patrón consideró hospedado en una suite del Tequendama y custodiado por quienes, en principio debían detenerlo.

O sea que… se hizo, una vez más, la santa voluntad de nuestro bien amado presidente. Pero es que quién, por Dios, quién le dice que no, que así no se hacen las cosas al patrón? Sí, existe una Constitución moderna, que se supone señala las normas fundamentales para regir el destino de la nación, pero claro esa norma de normas se aplica en una nación, no en una hacienda, porque en la hacienda se hace lo que diga el patrón y punto. Si el patrón considera que lo que dice allí no es lo que debe ser, pues sencillamente hace lo que le dicte su iluminado parecer.

Claro, como a ratos esa incómoda Constitución se le atraviesa cual mole de cemento en el camino del patrón, para impedirle ejecutar ciertas cosillas, no le queda más remedio que tratar de cambiarla para guiar este país por la senda del bien. Ese es el caso de su decisión de instituir la reelección inmediata del presidente de turno, que deberá aplicarse, ni más faltaba, a partir del gobierno de nuestro actual patroncito. Bueno, eso está ahora en manos de la Corte Constitucional porque, obvio, ya pasó por el Congreso y fue aprobada. Vamos a ver qué dice la Corte sobre este loable propósito de nuestro patroncito de quedarse, mínimo otros cuatro añitos.

A Sumercé lo de la reelección inmediata le parece… le parece tantas cosas que será en otra oportunidad que hable de ellas. Lo que sí no logra entender es cómo, por qué, si el patrón puede hacer tantas cosas a su antojo, mandar el guerrillero al Tequendama, nombrar quienes le parezca en cargos del gobierno, pasando por encima de las normas, por qué, por qué, no importa cuántas veces lo repita, por qué no puede hacer un acuerdo humanitario, o como quiera llamarlo, para lograr la liberación de los civiles, soldados y policías que llevan más años que este gobierno en poder de los grupos guerrilleros. ¿Por qué? Que no le digan a Sumercé que la ley no lo permite, que no se pueden saltar las normas, que no le digan que el patrón está obligado a acatar los principios fundamentales de la Constitución, que no le digan que el Congreso se opondría, que no le digan… No, no le digan a Sumercé nada de eso porque está clarísimo que aquí todo lo que el presidente quiere hacer lo puede hacer, ¿entonces…?

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